Twenty-Second Sunday in Ordinary Time (B)

B To 22                                                                                   

MANOS LIMPIAS

¡Cuántas veces el Señor reprocha a los guardianes de la Ley el haberla vaciado de sentido y quedarse en las meras apariencias! No está bien ensuciarse las manos; pero ¿de que sirve que estén limpias si están vacías? Si la práctica de ritos exteriores no va acompañada de la pureza de corazón, se convierte en un nido de maldades. Del corazón sale lo que mancha al hombre. La queja de Cristo también vale para nosotros. "Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.

Hermanas y hermanos:

1. A los fariseos de todos los tiempos siempre les han importado mucho los gestos  externos. A Cristo no tanto. Dice que lo limpio y lo sucio del hombre no está en las  manos sino en el corazón. Y esto va por todos nosotros: por los cristianos que vamos por ahí con nuestras manos cristianamente lavadas pero con nuestro corazón cristianamente  sucio.

Cristo no dijo: "Bienaventurados los que se lavan las manos, porque así verán los  hombres que estáis limpios". Cristo dijo: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios". A El le iba a condenar a muerte un hombre que tuvo mucho cuidado de que el pueblo  viera que se lavaba muy bien las manos. Lavarse las manos es fácil; lo difícil es lavarse el corazón.

2. La vida de los hombres está rodeada de  tradiciones. Son como el ambiente en que se desarrolla gran parte de nuestra existencia: la  cena de nochebuena, el bautizo de los hijos, la primera comunión, la fiesta del patrón del  pueblo. Algunos las consideran reliquias del pasado de las que hay que liberarse pero caen en otras alienaciones peores: la moda musical, la droga, el libertinaje sexual. El  formalismo y la moda son la grave amenaza que pesa sobre las tradiciones humanas y  cristianas. Un gesto exterior puede reducirse a un rito sin sentido pero hay algo que lo hará vivo y vivificante: realizarlo con espíritu sobrenatural.

3. Es la intención la que hace grandes o mezquinas  nuestras palabras y nuestras obras. El hombre vale por lo que vale su corazón, es decir, por aquello que desea, busca y ama  desde el fondo de sí mismo. Es en el corazón donde el hombre  acoge o rechaza a Dios, donde orienta su vida entera. Hay un signo  claro que puede indicarnos lo que nuestro corazón ama y desea: la vida real que llevamos.  La santidad no está en las cosas sino en el corazón del hombre y en los comportamientos morales que de él brotan.

Hermanas y hermanos: Procuremos no caer nosotros también en esta hipocresía que Jesús ha  criticado tan duramente. Esforcémonos en participar en los ritos de la Iglesia con pureza de intención. Que el pan y el vino de la Eucaristía nos recuerden siempre que lo  que vale la pena es el estilo de hombre que Jesús vivió fielmente hasta la muerte.  Que así sea.