Tenth Sunday in Ordinary Time (C)

10th Sunday in Ordinary Time (C)

Year C SÓLO DIOS ES DUEÑO DE LA VIDA      

Lc. 7,11-17: “Entonces dijo Jesús: Joven, yo te lo mando, levántate. Inmediatamente el que había muerto se levantó y comenzó a hablar. Jesús se lo entregó a su madre” Para el corazón de una madre no hay dolor más terrible que el que produce la muerte de un hijo. La resurrección del hijo de esta viuda nos ayuda a recordar que sólo Jesús, como Hijo de Dios, puede devolvernos los dones perdidos, aún el más grande que es la vida; y además nos da fuerzas para seguir caminando y transmitiendo el mensaje de esperanza. Hermanas y hermanos:

1. Los milagros que Jesús realiza durante su vida pública son siempre una intervención divina que salva al hombre de sus miserias: el sordo no oye, el ciego no ve, el cojo no puede caminar, el muerto lo ha perdido todo. En nuestra vida ¡Cuántas cosas vamos perdiendo con culpa y sin culpa! Pero Dios no nos abandona nunca. Sale siempre a nuestro encuentro y nos recuerda: ¡Aquí estoy contigo. No tengas miedo. Dame la mano!

2. Las horas más negras son las de la soledad, la desesperación y el pecado. Para los males del cuerpo el hombre ha descubierto medicinas, pero para las enfermedades del alma debe descubrir la gracia divina y el amor de Dios. El evangelio nos dice que Jesús gritó de forma imperativa, como dueño de la vida: “Yo te lo mando: levántate” Y el joven que estaba muerto volvió a la vida y comenzó a hablar. Esa es la voz que escuchamos en el sacramento de la confesión cuando Él nos resucita y nos ordena que aunque caigamos mil veces, mil veces nos levantemos y sigamos caminando para proclamar el amor de Dios.

3. Pero no nos deja solos, nos pone en manos de nuestra madre. ¡Cuántas madres de la tierra ven perderse a sus hijos en la droga, la violencia, la ignorancia, los malos ambientes, las malas amistades! ¡Cuántos hijos se nos mueren a diario en un mundo sin Dios, sin esperanza, sin amor! Cristo está dispuesto a repetir el milagro de la resurrección si encuentra en el corazón de una madre una fe sencilla, pequeña y pura, que es capaz incluso de estar de rodillas ante el cadáver de un hijo que ya ha muerto moralmente por el golpe de los vicios y el pecado. Junto a todas las madres de la tierra, Jesús ha puesto a su propia Madre, la Virgen María como signo y garantía del amor de Dios que es infinito y eterno. Madres de todos los tiempos abran los ojos y miren al cielo. Es posible que hoy, durante esta Misa, se esté acercando Jesús para decirle a tu hijo: “Levántate” y a ti te lo entregue sonriendo mientras te dice: “Sigue caminando junto a él hasta que ambos lleguen al cielo”. Pidamos con fe al Señor que así sea.